El Chelsea le puso un duro punto y final a la temporada del Liverpool, con la derrota del equipo de Kenny Dalglish en la final de la FA Cup por 2-1. Ramires adelantó en el primer tiempo a los de Di Matteo en un desbarajuste defensivo red; Droga amplió la ventaja blue al inicio de la segunda mitad y Carroll, saliendo desde el banquillo, no sólo acortó distancias, sino que anotó un ‘no-gol’ o ‘gol fantasma’ que no subió al marcador y que hubiera supuesto el que, muy posiblemente, era un más que justo empate al final de los 90 minutos. Wembley se tiñó de victoria azul, pero el ambiente y los cánticos en las gradas, pese a la derrota, volvieron a ser de color rojo.
Todo pudo haber cambiado en ese minuto 81. Todo pudo haber sido diferente si el arbitro Phil Dowd, o su asistente, hubiesen visto si ese cabezazo de Andy Carroll que logra sacar Peter Cech, sobrepasaba la línea de gol. Y lo habría sido porque en ese instante final del choque, el conjunto liverpudlian estaba siendo muy superior a los londinenses que, simplemente, aguantaban las poco acertadas o estériles ocasiones que recibían.
El partido del Chelsea puede definirse fácilmente: ‘Estilo Di Matteo’. Desde que el entrenador italiano cogiese las riendas del banquillo blue, tras la destitución de Villas-Boas, el estilo del equipo es un elogio a la practicidad. Hacer gol con poco o nada (por ejemplo, con un error defensivo de Spearing y José Enrique como en el primer tanto de Ramires, pensando únicamente en encontrar una contra, o un balón parado, que brote como oasis en su desértica entrega del esférico al rival.
De esa forma han llegado a una final de la Champions League y de esa forma han levantado esta FA Cup. Que nadie les quite su mérito, que lo tienen. Seguramente Abramovich no soñó nunca con lograrlo de esta forma, pero están salvando una temporada que parecía que acabaría en la deriva. Pero eso es otro tema. Porque todo pudo haber cambiado si se hubiese dado ese gol de Carroll.
Si ese tanto hubiese subido al marcador, se habría olvidado la mala primera parte del equipo de Dalglish. Muy mala, con mas posesión que su rival (porque así lo quería el rival) pero con endebles ataques. De poco vale quejarse de que el Chelsea no había hecho nada para ponerse por delante porque menos, excepto por la actitud, aportaba el Liverpool para el empate.
Si el 2-2 hubiese subido al marcador, también habría pasado al olvido el tibio partido de Jordan Henderson. Llegado el final de temporada, el balance de Henderson es el siguiente: apuntaba maneras en Sunderland y aquí las sigue apuntado. Jugó la final de la FA Cup como el resto de la temporada, con un 50% de acierto y un 50% de errores.
Si llega a darse ese gol, nadie se acordaría que Andy Carroll no había sido titular en este partido. Dalglish salió con Suárez, Downing y Bellamy arriba, pero Carroll en la segunda parte, demostró, con un autentico golazo y con el que no subió al luminoso de Wembley, que (aunque a posterior sea fácil decirlo) seguramente debería haber sido de la partida.
Si hubiese valido ese gol, nadie habría pensado en el posible error de Reina en el primer tanto azul porque, seguramente, habría vuelto a ser héroe, quién sabe, en una tanda de penaltis. Si el cabezazo de Carroll hubiera sido gol, a ningún aficionado red le estaría dando vueltas en la cabeza esa frase de “con Lucas Leiva hubiéramos ganado esta final”. Nadie pensaría que José Enrique ha llegado fundido a final de temporada o que, justo al revés, Downing ha necesitado toda una temporada para aclimatarse al ecosistema del Mersey.
Si ese gol llega a ser dado, la manifiesta superioridad de los hombres de Anfield en la segunda parte hubiese sido premiada. Si ese ‘no-gol’ hubiese sido gol, incluso mirando más a largo plazo, muchas voces críticas se habrían vuelto mudas y no serían tantos los que pedirían la cabeza de Dalglish y la llegada de un nuevo entrenador. Todo quedará en un “quién sabe” que hubiera pasado si el cabezazo de Carroll llega a ser dado como tanto legal, pero lo que está claro, con gol o sin él, es que sigue habiendo aspectos tácticos y de calidad a mejorar, sea quien sea el entrenador.
Al igual que está muy claro que no puede calificarse con un ‘y si’ todo lo que conlleva una final. Las finales se ganan, no se juegan, porque todo aquello que no sea la victoria, acaba pasando al olvido. Tampoco vale mirar al árbitro, siendo justos la jugada del ‘gol fantasma’ (sin tecnología) es muy complicada de ver. Cosas del destino, de nuevo, el Chelsea se ve envuelto en una polémica parecida, y de nuevo sale favorecido, como tras habérsele dado un gol, que no era, en la semifinal de esta misma Copa ante el Tottenham. Así es el fútbol.
Es evidente que el Liverpool mereció más, como evidente es, por ejemplo, el partidazo que dejaron en bando blue Drogba (titular ante un Fernando Torres que no jugo ni un segundo de choque), con gol ‘made in Drogba’ incluido, y el español Mata, declarado jugador de la final. Y evidente se queda corto para la entrega y pelea que, una vez más, dejó el capitán del Liverpool, Steven Gerrard, que fue de lo mejor red junto con los continuos intentos de Luís Suárez.
Y, sobre todo, lo que quedará para siempre es que, incluso con el Chelsea subiendo los escalones del Anfield South, el Travelling Kop volvió a ser el ganador y campeón del partido, puesto que en cánticos y colorido goleo a su rival sin goles fantasmas, sin ni necesidades de repetición y, por desgracia, sin poder levantar otro trofeo esta temporada.
Alineaciones:Chelsea: Cech, Bosingwa, Ivanovic, Terry, Cole, Lampard, Ramires (Meireles 76'), Mikel, Kalou, Mata (Malouda 89') y Drogba.
Liverpool: Reina, Jose Enrique, Agger, Skrtel, Johnson, Henderson, Spearing (Caroll 54'), Gerrard, Belllamy (Kuyt 77'), Downing y Suarez.
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